lunes, 2 de enero de 2023

«UNA VELA EN LA NOCHE»


Pase lo que pase, a por él. Que no se diga que vamos a iniciar este nuevo ciclo solar con desgana o apocamiento. No; a por el 2023. Doce meses por delante; 365 días que vendrán con sus embestidas inevitables. Aquí nos va a encontrar, con la mirada esperanzada y con ánimo de valentía. 

¡Qué misterio es el tiempo! A penas barruntamos una definición que satisfaga a todos. Esa realidad que pulula marcando instantes y que nos atraviesa haciéndonos sentir los más vulnerables. Pasa y lo experimentamos. Como gotas que caen sobre un metal impidiéndonos descansar. Un tintineo rítmico que va horadando nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestro espíritu. El reloj de nuestra vida, en el que se va derramando la arena de nuestra existencia sin posibilidad de ponerle freno ni regresar a momentos ya pasados. El paso inevitable del tiempo. 

Y, de alguna manera, desde unos planteamientos u otros, todos lo vamos experimentando con sed de eternidad. Somos capaces de imaginar un estado en el que el tiempo no tenga ocasión. Anhelamos que se paren las manecillas de nuestros relojes y que el presente sea definitivo, eterno, constante. Un deseo imposible, pero que anida en nosotros y que pudiéramos definir como sed de eternidad. ¿Será posible que exista? ¿Habrá un estado atemporal? ¿Será que lo imagino porque pienso en él, o pienso en él porque está ahí realmente? ¿Se desvanecerá mi identidad cuando acabe de sonar el último instante de mi vida biológica? ¿Habrá un lugar lleno de tiempo en el que anudar mi temporalidad? 

De momento solo tenemos en el calendario el número 2023 marcando los almanaques. Pero ¿habrá 2123? ¿Qué ocurrirá entonces? En los textos sapienciales de Israel, textos que consideramos parte de la Escritura Santa, en el salmo 89, hay unas expresiones que me gusta leer al inicio de un nuevo año. Dicen así los versículos 4, 5 y 6: “Mil años en tu presencia / son un ayer, que pasó; / una vela nocturna. / Los siembras año por año, / como hierba que se renueva: / que florece y se renueva por la mañana, / y por la tarde la siegan y se seca”. 

Por muy larga que sea la vida de una persona, por muy longeva que pueda llegar a ser, siempre será breve su vida: como una vela que se gasta en una noche. Breve como el brote de una hierba en el tejado, carente de tierra para subsistir: brota y se seca. Pero a pesar de esta visión de la temporalidad, se dibuja el anhelo y la sed de eternidad en la eternidad de aquel para quien mil años es como un día. 

A por el 2023 con ánimo y entusiasmo. Yo me fío de aquellas palabras que recoge el evangelista Juan (14, 1-6) en las que Jesús nos regala una promesa. Claro que somos libres para aceptarla o no, pero yo me fío de ella: “(…) volveré y os llevaré conmigo. En la casa de mi Padre hay muchas estancias (…)”. Me fío como decisión. Porque sería una locura que este barrunto sea tan universal en la naturaleza humana y no tuviera una objetivación real. Me fío porque nada que anhele mi naturaleza humana carece de objeto de satisfacción. Me fío porque soy capaz de pensar en el tiempo y en la eternidad. 

Feliz 2023. A por él…

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