sábado, 9 de abril de 2016

Segundo domingo de Pascua: Mirar a Jesús, creer en el mundo. Reflexión del jesuita Juan Bytton

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Segundo domingo de Pascua: Mirar a Jesús, creer en el mundo. (Juan 20,19-29)


Esta semana Jesús Resucitado se presenta ante sus discípulos “en medio de ellos” (v 19). Ya desde el primer momento esta escena hace eco de la vida de Jesús. En el Evangelio de Lucas leemos: “Yo estoy en medio de Uds. como el que sirve” (22,27) y en el de Juan ese servicio se refleja en Jesús lavando los pies de sus discípulos en la última cena (13,1-15). El mismo que sufrió y murió, ha resucitado y sigue estando en medio para servir.

Pasadas las horas de la pasión y cruz, los discípulos tienen miedo. Han ocurrido muchas cosas en tan poco tiempo que sus corazones cansados y sus ilusiones frustradas no pueden procesar la profunda pena de la ausencia del maestro y del proyecto por él iniciado. Junto a ello, vienen los momentos de persecución. Mejor es vivir encerrados.



La primera palabra de Jesús es paz, para luego volverla a decir dos veces. Él sabe lo que ellos necesitan, pues desear la paz – Shalom, en la cultura hebrea -, significa un plan de vida, es desear la presencia de Dios, la bendición sobre la familia, la convivencia pacífica con los demás. No se trata de una paz pasajera, que les permitirá abrir las puertas y vivir tranquilos. Se trata de la paz como proyecto: la comunidad ahora está llamada a ser agente activa de paz y nunca más sentirse sola. El perdón es la llave que abre cualquier puerta, es la luz que ilumina el camino a seguir. Dando la paz, Jesús cumple con su promesa del discurso del adiós que leemos algunos capítulos antes (Jn 14, 27-28). Es el regalo preciado, es fruto del Espíritu, el mismo Espíritu que lo acompañó desde siempre y ahora nos lo da. A través del Espíritu, Jesús se vuelve a entregar por nosotros y con nosotros.

Sin embargo, de inmediato les muestra las manos y el costado con las heridas de la cruz. Él sabe muy bien que la paz no se logra ni solo ni sin sacrificio. Sus llagas son signos de entrega y compromiso. Su historia se encumbra en la Resurrección, pero ha sido un camino de cruz y ser conscientes de esto produce miedo. No son solamente las amenazas externas sino, y sobre todo, el ser consciente que si somos seguidores de Jesús, lo somos en la Gloria y en la cruz, en la Resurrección y en la Pasión. Dos realidades que en Jesús se hacen una y entran en nuestra historia de salvación. “Sin la cruz, la Pascua está vacía y la cruz es ciega sin la Pascua. Cruz y resurrección están intrínsecamente unidas; y lo muestra las llagas del Resucitado” (E. Ronchi). Son heridas de salvan, porque han experimentado lo mismo que miles de personas sufrientes. Son signos que acompañan la esperanza para que las futuras comunidades actualicen las palabras y obras del Dios de la vida.

La segunda parte del relato está dominada por un personaje muy conocido: Tomás, el incrédulo. Han pasado ocho días desde que Jesús se apareció a sus discípulos. Tomás está con ellos, no ha dejado el grupo y un conato de esperanza lo acompaña. Así se acerca Jesús al que tiene necesidad de creer. No pide como requisito la fe, él es el que la da. En Tomás, de alguna manera, están representados todos los discípulos. Quieren seguir creyendo en el Dios triunfante, intacto e incólume. Y dirán: “Hemos visto al Señor”. Pero, ¿Qué han visto de él? ¿Qué quieren de él? Tomás es más sincero y pide ver y tocar los signos del fracaso. Jesús se presenta y con él la paz. Habla a Tomás y este ya no necesita tocar, le basta la voz del maestro, le basta la invitación a construir una vida y una comunidad de paz y perdón, pues él ha sido el primero en recibirlos. Jesús continua el diálogo afirmando: “Dichosos los que no han visto y han creído” (v 29). Está pensando en las generaciones futuras, y al mismo tiempo trae al presente todas las experiencias de fe que han pasado por la prueba. La duda es parte de la fe, como lo es el profundo deseo de identificarse con aquél que lo ha dado todo, que muestra sus heridas, que hace suya nuestras historias y amplia el horizonte más allá de lo que podemos mirar, poniendo los ojos en el amor y el servicio al mundo entero.

(Para Radio Vaticano, jesuita Juan Bytton)

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