LA RESURRECIÓN DE CRISTO, UNA FUERZA IMPARABLE
“Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con
Cristo y con él nos resucitó”
(Ef. 2,4-6
“Cristo
resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos
faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda. Su
resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza imparable de vida que ha
penetrado el mundo”.
Papa Francisco
Hermanos y amigos.
¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua!
Cristo ha resucitado y vive para
siempre. Vive y “Reina”, es decir sigue ejerciendo su poder, no para destruir,
sino para salvar. Vive y Reina ejerciendo su poder con el perdón y la
misericordia. Vive y Reina dando la vida en rescate por todos, curándonos de
toda maldad, dándonos un corazón nuevo, renovándonos por dentro, sembrando en
nuestro corazón el deseo del bien y la verdad. Vive y Reina, dándonos su
Espíritu y enviándonos a predicar el Evangelio. Lo mismo que hizo hace dos mil
años con sus discípulos y las gentes de Palestina, lo sigue haciendo hoy con
nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.
Que confortantes, y como confirman nuestra fe, estas
palabras del Papa Francisco en la Evangelii
Gaudium: “Cristo resucitado y glorioso es la
fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la
misión que nos encomienda”. Y continúa diciéndonos: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña
una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto,
por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que
muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades,
indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de
la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce
un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible.
Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a
difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a
través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a
reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que
parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador
es un instrumento de ese dinamismo” (EG 276).
Cristo mismo nos dijo que Él
vino al mundo para “darnos vida en abundancia” y nos prometió que estaría con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por eso, al acercarnos a Él,
nuestra vida se transforma y se renueva por dentro. Cristo nos libra de toda
maldad y nos llena de paz y esperanza, de verdadera libertad y alegría, de amor
y generosidad para con todos.
El Apóstol San Pablo nos enseña que, quienes conocen
a Cristo y creen en Él, aprenden a despojarse del “viejo hombre” que está
viciado por los deseos engañosos y la seducción del mal, al tiempo que adquieren
una nueva forma de pensar y se revisten del Hombre Nuevo, a imagen de Cristo,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (cf. Ef. 4, 22)
Los creyentes de hoy no
podemos olvidar esta presencia activa y renovadora de Cristo Resucitado. Una
presencia que nos llena de confianza y seguridad en que las promesas de Dios se
cumplen. Confianza y seguridad de que el Reino de Dios, pese a tantas
apariencias en contra, va adelante. Confianza y seguridad en que el Mensaje del
Evangelio es la palabra de la verdad y que la ley de Dios es nuestra libertad.
Las dificultades seguirán existiendo y serán las
mismas u otras nuevas. Pero somos nosotros quienes habremos cambiado pues hemos
comprendido, que el mundo será mejor si lo construimos cada día siguiendo a
Cristo resucitado. Cada uno, desde el lugar en que estamos y desde la
responsabilidad que nos toca en los diferentes ámbitos de la vida, estamos
llamados a trabajar con alma, corazón y vida por el bien y la felicidad de
todos. Jesús confía en nosotros y nos encarga ser, en el aquí y ahora de
nuestra vida, semillas de esperanza y levadura de su Reino de paz, de verdad,
de justicia, de amor.
Como dice el Papa Francisco: “Quién lleva en sí el
poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que
habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor. Imploremos
al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y
las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz”.
Por el poder de su
Resurrección, contemplando, escuchando y siguiendo a Jesús, entramos en una
vida nueva que abre nuestros ojos para ver el mundo como lo ve Dios y, en
consecuencia, para situarnos ante los problemas de nuestra sociedad con sus
mismos sentimientos de compasión y amor. Con Cristo adquirimos una nueva vida
que promueve la alegría, la paz, el perdón. Una vida que, con ojos bien
abiertos a la verdad y la justicia, quiere transformar los enfrentamientos,
odios y enemistades, en caminos de reconciliación y fraternidad.
Una vida nueva que, liberándonos de cualquier forma
de egoísmo, nos impide permanecer
indiferentes ante cualquier miseria humana y que nos impulsa a hacernos cargo
del sufrimiento de los demás. Porque la Iglesia y en ella todo cristiano, nos
dice el Papa Francisco, “tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita,
donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir
según la vida nueva del Evangelio” (EG 114).
También, la nueva vida que nos da Jesús nos impulsa
a seguirlo como discípulos misioneros. “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de
nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos
encomienda” (EG 275). Así, con la fuerza y audacia de
su Espíritu, nos sentimos enviados a predicar el mensaje del Evangelio en
nuestro mundo, para que sembrando la semilla de la Palabra de Dios en todas
partes los hombres y mujeres de nuestro tiempo puedan conocer a Cristo y creer
Él. De este modo se multiplica la fuerza transformadora de su Resurrección
haciendo que en el corazón de muchos, la tristeza se convierta en alegría, el
odio en amor, la
mentira en verdad, la indiferencia en compromiso, la cultura de muerte en una
cultura que defiende la vida y su dignidad.
Cristo Resucitado nos envía a predicar el Evangelio
en todas partes para que, como dice el Papa Francisco, “llegue el consuelo y la
salvación del Señor a quienes sufren nuevas y viejas formas de esclavitud, a
los emigrantes y refugiados, a los encarcelados, a los pobres,
a los enfermos y sufrientes, a los niños y ancianos maltratados, a los que
sufren violencia, a quienes sufren el luto”. En definitiva, como el mismo Papa
repite tantas veces, para hacer posible una sociedad en la que nadie “sobre” ni
pueda ser excluido.
Para san Pablo, dado que los
cristianos por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, nuestra vieja
condición ha ido crucificada con Él, quedando destruida nuestra personalidad de
pecadores y, por tanto, debemos andar en una vida nueva (Cf. Rom. 6, 3ss). Por
eso nos dice: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba,
no a las de la tierra. [...] “despojaos del hombre viejo con sus obras, y
revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, según la imagen de su Creador” (Col. 3, 1. 9-10).
Todo esto es posible, porque Cristo, aquél que murió
en la Cruz y fue sepultado, ¡está vivo! Vive para siempre y está con nosotros todos
los días hasta el fin del mundo. Por eso podemos gritar “felicidades”.
¡Feliz Pascua!
†
Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
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