domingo, 9 de diciembre de 2012

"Si hay medios, lo normal es que la Catedral se repare lo antes posible"

S. LOJENDIO, La Laguna

Gianluigui Colalucci (Roma, 1929) es, sin duda, uno de los más excelsos "acariciadores" del arte. De él se dice que cambió la visión de la disciplina de Historia del Arte con la ayuda de un algodón empapado en agua destilada y disolvente, su instrumento inseparable en la limpieza de los frescos de la Capilla Sixtina, obra del genio de Miguel Ángel, y un hito clave en la restauración.

La semana pasada, Colalucci estuvo en Tenerife, donde acudió a la presentación del Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, un organismo creado por el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (Cicop), con sede compartida con Granada, y del que es presidente de honor.

A juicio del profesor italiano, el título de La Laguna como Ciudad Patrimonio de la Humanidad debe llevar aparejado "un cambio social, de mentalidad, y una forma diferente de ver y admirar todo el conjunto" que supone tal condición.

Colalucci sostiene que desde el conocimiento es posible provocar "la sensibilidad hacia las obras de arte y los bienes histórico-artísticos" y, por tanto, generar un "espíritu de conservación" que trascienda más allá del tiempo.

A propósito, y en relación con la reconstrucción de las cúpulas de la Catedral de La Laguna, el afamado restaurador señala que sobre el efecto que produce el cierre actual del templo en la ciudad "poco se puede hacer", pero si la cuestión representa un problema de carácter estructural, debido a la aluminosis del hormigón armado, y si existen medios, humanos y técnicos, "lo recomendable es que se repare lo antes posible".

De la polémica que suscitó en su día la limpieza de la talla del Cristo -una de las figuras más veneradas por los fieles laguneros y auténtico símbolo de la ciudad-, el profesor precisa, sin conocerla, que en Italia existe una norma, en virtud de la cual no se permiten "restauraciones artísticas" en los lugares o piezas de culto, lo que acaso pueda representar una respuesta que sitúa al sentimiento popular por encima del valor artístico.

Pero Colalucci se siente bien cuando rememora aquellos años elevado desde la altura del andamio en la Capilla Sixtina, a la vista de las escenas del Juicio Final, acariciando los frescos y casi reencarnándose en Miguel Ángel, aunque manifiesta que él no habló con el Papa: "La primera impresión es la de estar en comunicación con una obra de arte. El contacto con lo que representa la divinidad llega después de un largo proceso técnico, porque ese momento íntimo y personal se produce al final del trabajo", explica.

"Hay dos niveles diferenciados, uno el de la obra de arte en sí y otro, el que está relacionado con lo simbólico".

Lo cierto es que a partir de su intervención, cuando alumbró la luz y el color que permanecían "sepultados" por humos, sales, ceras, barnices, etc., ya nada volvería a ser igual. "La relación que se tiene con lo antiguo no es la misma desde hace 50 años hasta ahora", precisa el restaurador, quien entiende que la sociedad actual mantiene ahora un diálogo diferente con su historia.

En su opinión, el elemento que ha permitido cambiar esa perspectiva lo representa la intervención en la Capilla Sixtina. Y es que en el momento en que comenzaron a "asomar" los frescos de Miguel Ángel, "la gente de Roma advirtió un cambio de ambiente, una fuerte impresión entre los frescos de Buonarroti y el resto de la ciudad, de tal manera que cuando el público entraba en el Museo Vaticano, el tránsito entre el exterior y el interior suponía un impacto".

Para Colalucci, Roma se ha convertido desde entonces en "una ciudad blanca" y existen ejemplos de ese aspecto, según detalla, en el palacio del Quirinal, la sede del presidente de la República, o en la barroca plaza Navona. Y, según comenta, "la gente se ha habituado al blanco" que es perceptible en la arquitectura moderna "como la de Santiago Calatrava".

En cuanto a las intervenciones sobre los frescos de la Capilla Sixtina censurados con velos y pañales, el profesor precisa que había quienes estaban a favor de quitarlos y otros de dejarlos, pero se encontró un camino intermedio, diferenciando los paños del siglo XVI, los del XVIII y los del XIX. "Se estableció que los primeros tenían una fuerte carga histórica, porque estaban ligados al Concilio de Trento, que da una orden precisa y documentada de corregir el Juicio Final".

En los de los siglos posteriores no había esa carga histórica y fueron retirados, porque se hizo prevalecer el criterio estético, "según la metodología del historiador y crítico Cesare Brandi".

Los paños eran cuarenta y cuatro en total, la mitad del XVI, que se han mantenido, y la otra mitad de siglos posteriores, de los que desaparecieron todos menos cuatro, que se dejaron como testimonio de las intervenciones tardías.

Con todo, Colalucci reivindica una imagen de Buonarroti que se aparta de "esa figura de un hombre antipático, avaro y cerrado", de ese perfil oscuro que se suele destacar habitualmente.

Bien al contrario, el profesor dibuja el carácter de "una persona exigente y severa, muy firme" y al respecto, llama la atención sobre las figuras de personajes representadas en las lunetas y las paredes de la Capilla Sixtina, que con probabilidad el artista vio llegar y transitar por la Roma de su época, por el barrio de la Suburra, por el río Tíber, como el caso de "un marinero con un zarcillo en la oreja" o también "un viejo que parece dialogar con su bastón".

Sobre el Ecce Homo de Borja dice que "desde el punto de vista de la restauración moderna, se trata de un error grave. No es una restauración, es otra cosa; algo que se pintó sobre el original".

Colalucci sostiene que la huella del tiempo y la del hombre "se dan la mano para afectar las obras de arte", aunque reconoce que la "acción humana es más agresiva" y subraya un fenómeno como es el de la lluvia ácida que ha acelerado el proceso.

Él sigue arriba, en el andamio.Fuente: http://www.eldia.es/2012-12-09/laguna/4-Si-hay-medios-normal-es-Catedral-repare-antes-posible.htm

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